miércoles, 7 de mayo de 2008

Sinópsis de la obra

Obra ganadora del Tercer Premio Nacional de Dramaturgia del Instituto Nacional de Teatro (2006)

Este espectáculo cuenta con el apoyo del Instituto Nacional del Teatro y de Proteatro

Testigos es una comedia sobre lo simultáneo.
Por lo tanto, sobre el tiempo. Esta simultaneidad se construye desde lo más simple: las acciones convencionales que varios personajes realizan encerrados -por determinadas circunstancias- en un galpón.
Se supone que hay acciones que son más importantes que otras ya que definen con más fuerza los acontecimientos.
¿Pero esto es así realmente?
¿Cómo podríamos catalogar su importancia?
Porque cada pequeña acción que uno realiza influye en las acciones de los otros; pero ¿qué pasa cuando hay muchas personas accionando en un mismo ámbito simultáneamente?
¿Podría cambiar nuestra vida porque otro mira, fuma un cigarrillo o toma un mate, por ejemplo?
Entonces, si cada mínima acción puede ser un disparador hacia lo imprevisto se multiplican las posibilidades de que lo que llamamos “normalidad” sea mucho más frágil de lo que creemos: Estamos cerca de que nuestra vida “normal” se transforme en una linda historia, o en un confuso hecho policial, sin imaginarlo minutos antes.
En Testigos, las historias de los personajes -encimadas unas sobre otras - son las que forman una sola historia que es la resultante de todas ellas, en ese espacio, simultáneamente.

Crítica Revista Veintitrés

Delirante comedia sobre lo simultáneo

Eso de que la vida es más o menos previsible es pura ilusión. Si no, que lo digan esos dos changadores que toman mate en un galpón, esperando la hora de trabajar. Con "Testigos", Joaquín Bonet - autor y director - pone en marcha un espiral de delirantes hechos simultáneos, muy bien resueltos en la claridad de los planos. Probar la tésis de que toda acción que uno realiza influye en las de los otros desata un espiral de irrupciones inesperadas, cargadas con humor repentista del gag. Una celebración de la ficción cinematográfica aplicada al teatro y a lo cotidiano que no soslaya un lejano toque a la Mark Sennett. El efecto de "corte y va de nuevo" de toda filmación se integra al estilo de relato teatral para jugar a armar y desarmar la continuidad de su pequeña historia al paso de thriller a la porteña. La acción se detiene en imprevistos plot-points y abre una y otra vez infinitas variantes de solución. Hasta que Bonet nos premia la constancia de verlo y seguirlo con un tranquilizador final feliz, cuando ya actores, personajes y público consumidor estábamos al borde de un ataque de nervios. Impecable el infatigable elenco.

Luis Mazas

martes, 6 de mayo de 2008

Crítica MundoTeatral.com (15/04/2008)

Ganadora del Tercer Premio Nacional de Dramaturgia del Instituto Nacional de Teatro, Testigos, vuelve a corroborar que Joaquín Bonet es un referente teatral más que interesante.

Dirigida por el propio autor, la puesta es un ensayo teatral acerca de lo simultáneo y por ende, acerca de la temporalidad. En tal sentido, las coordenadas espacio y tiempo, son trabajadas por Bonet desde una lógica que las enfrenta ya que en un mismo espacio, el tiempo se vuelve múltiple.

Encerrados en una especie de galpón de fábrica, dos peones toman mate y hablan con una monotonía acorde a la temporalidad que en esos momentos la obra impone. Pero esa pausa temporal, se ve interrumpida cuando varios hombres entran a realizar un allanamiento al lugar en cuestión.

A partir de allí, el espacio sigue siendo el mismo pero el tiempo se disloca en todas las direcciones. Al tiempo de los relatos internos (la evocación de las esposas en sus hogares, un matrimonio que antaño era feliz) se superpone el tiempo que las diferentes acciones van tejiendo. Acciones ejecutadas por cada uno de los personajes que van articulando una capa temporal que de a poco, va perdiendo el punto de inicio.

Si a eso se le suma un relato teatral articulado desde tres perspectivas diferentes, la puesta no es solamente una reflexión sobre lo simultáneo sino también, sobre lo posible.

Al igual que en Acercamientos Personales II (codirigida con Luciano Cáceres) Bonet apela a formatos genéricos como el policial, y puebla el escenario de un elenco muy sólido. Y como allí también (aunque aquí algo más encubierto) se traza como un autor reconocible. Un interesante autor que a fuerza de humor y talento, ya tiene un merecido lugar en la escena alternativa.

Silvia Sánchez

Crítica Revista El Abasto (12/2007)

Todo transcurre en un viejo galpón de un depósito de una empresa. Vemos en un comienzo a dos simples operarios, aburridos, sumidos en una densa apatía esperando la hora de salida. Para eso, el encargado del lugar tiene que dignarse a dejarlos salir para volver al día siguiente otra vez a cumplir con la jornada laboral. Pareciera ser un rito que se cumple todos los días. Pero todo se trastoca cuando irrumpe violentamente en el lugar un grupo de policías, con dos testigos incluidos, para realizar un allanamiento en el lugar. Aquí Testigos asume un modo de contar su historia, si se quiere, en tono policial.
El encargado del depósito es sospechoso, no se sabe de qué, y los canas comienzan a trastocar todo el orden que imperaba. Esto da pie a una sucesión de momentos absurdos pero los mismos, en un país como éste, podrían ser tranquilamente extraídos de la realidad.
Esta obra de Joaquín Bonet, responsable total del proyecto, ya que es autor, director y productor de la misma, fue ganadora del Tercer Premio en el Concurso Nacional de Dramaturgia del Instituto Nacional de Teatro, aprovecha como condición preponderante a la hora de narrarnos lo que sucede la simultaneidad de situaciones. Los diversos y variados personajes viven esto que les sucede en forma diferente, para algunos sólo es una simple rutina laboral mientras que, para otros, este allanamiento modifica rotundamente la rutina de sus vidas en ese momento… Y todos hacen lo que pueden.
Lo interesante de esta divertida e ingeniosa propuesta teatral es el tono en el que la misma está narrada. En un momento dado del espectáculo, se presentan tres cortes diferentes de lo que sucedería en esa misma situación, los tres con desenlaces diferentes. Aquí encontró Bonet el mayor acierto en esta creación suya. Sin olvidar el prolijo acento puesto en los trabajos de todo el elenco se puede observar también como sobrevuela en este espectáculo la presencia del amor y de qué forma este sentimiento es parte fundamental de la vida de estos seres, humanizando así a sus personajes y logrando, al mismo tiempo, una fuerte empatía con el espectador.
En definitiva, Testigos es un espectáculo muy bueno, original y divertido al que el espectador de teatro con buen gusto debería acudir.

Marcelo Saltal

Crítica de Silvia Urite (17/11/2007)

Un grupo de policías llega a un galpón para realizar un allanamiento. Los testigos del caso son el chico del cable, los empleados de maestranza del lugar y un abogado. Más tarde van a irrumpir en escena la amante del comisario, y la novia- vestida de blanco-del abogado.

Realizada con estricto realismo y diálogos ingeniosos, la obra va a llegar al clímax donde se abren tres posibilidades de final. El primero va a consistir en una tragedia, el segundo es un final “rosa”; y el tercero sería el final de la vida cotidiana, más cercano a nosotros.

Las actuaciones de los diversos personajes están muy bien compuestas: se destacan el abogado y el chico del cable, los dos con un alto protagonismo en algunas partes de la trama.

Vemos en toda esta serie de personajes masculinos un amplio espectro social: desde los peones del galpón, pasando por el policía chaqueño, el dueño del local, el chico del cable, los otros policías y el comisario hasta el abogado que vive en la calle Arroyo. Son formas y estereotipos pero bien llevados desde la actuación.

En el caso de las mujeres: la amante del comisario y la novia del abogado se nota cierto encorsetamiento; cuando están en escena parecen ser los modelos de la virgen y la puta; Marìa y la Magdalena. También si vamos al tema de género, las mujeres son tratadas como objetos por el discurso de los policías y los peones (cuando hablan de “la paraguayita, un carocito de 19 años”). Pero, tal vez sea una triste realidad, no sólo el machismo del autor.

El tema de los tres finales alternativos es bastante novedoso, tomado de la estética cinematográfica, sostenido por la iluminación. Tal vez lo que nos quiso decir Joaquín Bonet es que la realidad no es puramente sangrienta como nos muestran las series policiales norteamericanas como CSI, ni jovialmente “rosa” como pretenden algunas comedias románticas.

La verdad de la escena consiste en un hombre agobiado, pero que no tiene el valor de abandonar a su mujer, y termina llorando solo, en un galpón.

En este sentido la obra muestra ideales masculinos arraigados en la sociedad donde los hombres se preguntan por cuál es su espacio de género, ante el avance de las mujeres, que aquí aparecen pero podrían haber sido sustituidas por una voz o una proyección porque son construcciones desde el punto de vista del varón.

El elenco funciona como equipo y las escenas van cobrando el primer plano de acuerdo a la luz de los faroles del galpón. Están bien ensayados los diálogos superpuestos, por Ej. en el caso del comisario y su amante, que es sincrónico al del abogado y su novia. Además la introducción de los sonidos de los teléfonos celulares- central en el nudo de la obra- aportan contemporaneidad a la puesta.

Dentro del convivio, el público se rió y festejó las ironías del guión, el elenco saludó tres veces.

Silvia Urite http://silviauriteteatro.blogspot.com/

Crítica Revista Llegás (08/12/2007)

Calificación: Hay que verla

El diccionario dice que testigo es la “persona que presencia o adquiere directo y verdadero conocimiento de algo”. Pero ese “algo” que conoce el testigo estará modificado por su presencia, por lo que no sería aventurado decir –contra lo que solemos pensar– que el testigo no sólo no es objetivo, sino que también es parte de ese “algo” sobre lo que atestigua.
De esto nos habla Joaquín Bonet en Testigos (Tercer Premio Nacional de Dramaturgia del Instituto Nacional de Teatro, 2006). Y lo hace así: en un depósito de baratijas importadas, donde están su dueño y dos empleados, realizan un allanamiento un comisario y tres efectivos policiales. También hay dos testigos: un instalador de televisión por cable y un abogado. La vida de estos fue ya modificada –al primero lo espera una madre ya preocupada; al segundo, su novia junto al altar–, pero su sola presencia modifica el escenario y las situaciones que se desarrollan. Y así, sumadas a ellos las respectivas novias del comisario y del abogado, resultan todos testigos –del allanamiento, pero aun más de ese rato en la vida de los otros– y actores a la vez.
Pero Bonet va más allá y plantea diversas resoluciones del encuentro de esas once personas en un galpón: si cada una de ellas genera acciones que –fruto de la simultaneidad– se entrecruzan con las de los demás, se abren infinitos posibles. Y de todos ellos nos propone tres finales: uno trágico, un happy end muy de comedia rosa, y algo mucho más parecido a la medianía en que transcurre la vida cotidiana.
Bonet además dirige, remarcando desde esta función el carácter de caos coral, de amontonamiento armónico de su relato, tarea que parecería exigir tanta firmeza como libertad. Y ya que de contrarios hablamos, merecido reconocimiento al elenco, cuya notable heterogeneidad enriquece la solidez del texto.

Lucho Bordegaray www.montajedecadente.blogspot.com

Crítica Diego Braude (31/08/2007)

Un depósito, dos trabajadores haraganean un poco, esperando que el jefe los deje ir. El jefe, un hombre bonachón, obsesivo, que renguea un tanto. Se están por ir, cuando cae un allanamiento de la policía. Ahora nadie se va.

Los oficiales de la ley remueven todo, sacan el papeleo, hacen entrar a los testigos. La cosa se pone kafkiana, porque, a cada pedido del dueño de que le expliquen qué está ocurriendo, el comisario a cargo le responde que eso se lo dirán en la comisaría, y que ahora lo deje trabajar y se calle.

El asunto se repite así durante un tiempo, mientras los policías revuelven el depósito buscando vaya uno a saber qué, y uno de ellos saca una portátil y vetusta máquina de escribir para tomar las declaraciones (lo que hace, como es de esperar, muy lento y escribiendo con los dos dedos índices…). El conflicto gira alrededor de quién puede haber sido la persona qué hizo la denuncia y por qué, ya que rápidamente queda en evidencia que el allanamiento está lejos de ser un éxito.

Pero. Siempre hay un pero. Pero, como en música, se van agregando a la historia temas nuevos. Primero, son como acordes que se aparecen, notas de color. Uno de los testigos es un joven con una madre ansiosa y sobreprotectora. El otro, un abogado vestido como para una fiesta a quien, por algún motivo, le suena permanentemente el teléfono con un mismo interlocutor del otro lado. Se entrometen, se encima sobre la que hasta ese momento era la principal.

El amor, las mujeres… Las uniones, las separaciones. Ahí uno cae en que son todos hombres los que están en este recinto. Todos con diferentes niveles de autoridad, todos machos. Todos, también, igualados a la hora de “manda la patrona”. “Mi mujer me mata”, “mi mamá me espera”, “mi novia me espera”, “mi amante me reclama”. Tanto poder, tanto lío, para sucumbir a la omnipresente presencia femenina.

Y, entonces, de a poco, los temas estos que parecían secundarios, van pasando al frente para competir por la atención.

A este punto, el conflicto inicial, ha quedado igualado. La trama consiste, en líneas generales, en poder unificar bajo un cierto orden, una serie de eventos. Es decir, les dan una dirección, una coherencia narrativa. “Testigos”, en ese sentido, horizontaliza a nivel dramatúrgico esto, porque todos los personajes se vuelven espectadores de la historia de los demás. No hay jerarquía dramática, sino que cada línea se disputa su permanencia, algo que, de manera fractal, se repetirá en el final.

El decorado realista, con cajas que son cajas, mesas que son mesas, luces que suben y bajan como la tensión, formas de hablar y de decir. Pero no todo es lo que parece. En la obra anterior de Joaquín Bonet, “Acercamientos Personales II”, estaban la parodia al policial negro con un toque de musical. En vez de rechazar el género, el código conocido, se lo toma para facilitar la entrada a la narración, luego de lo cual, sí, es quebrado y subvertido.

Pero “Testigos” también se ríe un poco de y con esa fractalidad, que es característica de cierto teatro local. Juega, hace piruetas, entretiene usando estas reglas que pertenecen a diversos géneros como el melodrama, el absurdo, el grotesco reciente. No hay gestos grandilocuentes, sino todos pasos que parecen chiquitos, como esos temas que se van filtrando en la música.

Reíd del artificio.

Diego Braude www.imaginacionatrapada.com

Crítica Diario La Nación (15/10/2007)

Nuestra opinión: buena

De buenas a primeras, a un viejo galpón venido a menos en el cual están el encargado y dos empleados, llegan cuatro policías con una violenta orden de allanamiento. Junto a ellos, caen dos testigos. De repente, el lugar sale de su tiempo muerto y pasa a estar habitado por un sospechoso (el dueño del local, que no puede creer lo que le está pasando), por supuestos guardianes de la ley (en países como el nuestro, los policías son personajes siempre de doble filo), por dos testigos que también esconden lo suyo y por los dos empleados que miran la acción como si fuera una película. Y cuando la cosa está más que empastada, enredada y cruzada, alternativamente llegarán una amante y una futura (¿ex?) esposa. Todo muy confuso, y esa confusión parece ser la esencia de Testigos, el nuevo trabajo de Joaquín Bonet en su papel de dramaturgo, director y coproductor.

Con la acción ya en marcha (acción que incluye un rebobinado con dos finales opuestos) irá quedando en claro que el punto de encuentro de cada una de las historias son los (des)encuentros amorosos de los once personajes. Y, como sucedía en las películas argentinas de los años setenta, cada uno de estos once seres se topará con su final, feliz producto de esa teoría del caos que se desató en un viejo galpón detenido en el tiempo.


En lo formal, el texto, ganador del premio nacional de dramaturgia que entrega el Instituto Nacional del Teatro, es muy interesante y llamativo para el tipo de montajes que se suelen presenciar en la escena alternativa. Trabajado en distintos planos que se superponen, se alternan y se pisan, el texto impone un ritmo muy atractivo. Llevado a escena, el espectáculo de Joaquín Bonet tiene varias escenas sumamente logradas de un disparatado humor, una violencia latente, situaciones diversas y cambios bruscos que otorgan un interesante ritmo a esta comedia sobre lo simultáneo. Claro que, en otras escenas, algunos actores se quedan esperando el pie para sus textos lo que quita el fluir necesario que requiere este tipo de comedias basadas en un fino mecanismo de entradas y salidas.


Elenco solvente

En líneas generales, los once intérpretes (Germán de Silva, Gabriel Fernández, Paula Ituriza, Damián Canduci, Héctor Bordoni, Martín Arias, Ezequiel Rodríguez, Ignacio Arroyo, Yanina Rabbino, Andrés Ciavaglia e Ignacio Lucero) acompañan la acción con mucha solvencia. Para la construcción de sus personajes apelan a trazos gruesos que son funcionales al juego de contraste de tonos.


La misma utilización del espacio escénico, la escenografía y el vestuario de Pepe Uría y la iluminación de Sergio Cucchiara suman varios puntos a favor. Es más: desde el punto de vista de producción (a cargo del mismo Bonet junto a Martín Arias y Cecilia Bustelo), Testigos es una especie de rareza. Es que un espectáculo de la escena alternativa logre reunir a un numeroso y prestigioso elenco, y que se lance a hacer una larga temporada (pues estarán hasta fin de año), es toda una señal de madurez digna de destacar.


Alejandro Cruz

Crítica de CríticaTeatral.com (18/03/2008)

Los imprevistos, la celebre pregunta: “¿Por qué a mi?”, y la fantasía de poder acomodar los hechos a los gustos de cada uno, son desarrollados como temas en la obra Testigos, con dramaturgia y dirección de Joaquín Bonett.
El interesante planteo dramaturgico, que vira con soltura del costumbrismo al absurdo, coloca a los personajes ante avatares extraordinarios, en el que deberán tomar decisiones definitivas sobre sus vidas. Nada de lo que les sucede les será indiferente, sus accidentadas interrelaciones crearan lazos, y harán cambiar puntos de vista. Pero no conforme con eso Bonet propone un juego –que no revelaremos aquí- en el cual lo antedicho se dispara a las más diferentes combinaciones, deparando diversas vueltas de tuercas.
La trama es llevada adelante por un elenco que acepta el desafío de permitirse jugar, y encontrar el lado más grotesco de sus respectivos personajes. Cada uno de ellos lleva al extremo el enmascaramiento de sus verdaderas personalidades, para luego mostrarse tal cual son, provocando de esta manera un notable registro de actuación en la que exacerbación se da la mano con momentos introspectivos.
El espacio en que se desarrolla esta historia guarda una intima relación con los personajes: es un gran galpón que contiene cajas que no guardan nada. Lo que aparenta ser, no es. En una misma concordancia se alinea el vestuario (ambos diseños son de Pepe Uría), ya que aquí toma cabal sentido la palabra disfraz.
El diseño de iluminación de Sergio Cucchiara profundiza el extrañamiento.
Interesante trabajo acerca del devenir de la vida.

Gabriel Peralta